lunes, 18 de marzo de 2019

Me levantaré e iré corriendo a casa.


Han ido pasando los meses y cada vez se me ha ido haciendo más lejano el sentarme a escribir un rato y compartir un poco de mí entre líneas. Los tres primeros meses del curso estaba tan estresada y con tanta adrenalina que no sentaba el culo en la silla para respirar hondo y bajar revoluciones. Luego, todo se fue poniendo en su sitio, pero a finales del 2018 sentimos un batacazo fuerte, de esos que te dejan aturdida y no sabes muy bien en qué batalla te encuentras y qué narices haces ahí... La mayoría de los que me leen, ese círculo reducido pero íntimo y especial, ya están al día de las novedades críticas en mi vida. Le han diagnosticado a mi madre una leucemia mieloide aguda. Tienen guasa las palabrejas. 

Con esa cara de susto acabamos el 2018 y empezamos el 2019. Ha sido duro, está siendo duro. Lo normal, vamos. Gracias a Dios las puertas no están cerradas, en menos de seis meses ha respondido bien a los tratamientos y ahora mismo está comenzando el proceso de trasplante de médula. Parece que todo va encaminado. Pero vaya... ¡qué narices la vida adulta! Han sido meses de emociones contenidas, de lucha, de no perder el talante, de aferrarme a mis oraciones, de buscar la voluntad de Dios, de tratar de entender el "para qué" y no obcecarme en el "por qué". 

Mi madre ha demostrado una valentía y una calma que nos deja a todos en silencio. Y eso me tranquiliza. Respiro cuando veo que mi madre y yo hablamos el mismo idioma, que entendemos las cosas de forma muy parecida y que valoramos las mismas cosas de forma similar. Y eso ayuda. 

La vida se ha convertido en esto, un día más y un día menos. Un día más para ver que las puertas no se cierran y dar gracias; y un día menos para salir de esta prueba, que ya digo que es la más dura que he vivido hasta el momento. Pero también considero que cuando uno tiene una vida interior, y sus anhelos y raíces están más allá de esta vida horizontal que tenemos, esto ayuda a afrontar situaciones como estas de una forma calmada, en una lucha activa pero con los ojos bien abiertos porque todo es más trascendente de lo que creemos. No es una cuestión de aferrarse a la vida, de luchar por mantenernos en este mundo. Es plantearse cuál es el auténtico sentido de esta vida, y si estamos preparados para partir cuando nos llegue el momento. Pensamientos que desgarran las entrañas porque van más allá de la sorpresa y el temor ante una enfermedad. 


El trabajo también ayuda. Lo que fue lo más emocionante del 2018 pasó a segundo plano, pero me ha mantenido ocupada, aprendiendo continuamente y con pocas horas para todo lo que tengo que hacer. Pero eso ha sido bueno. Los chicos me hacen estar activa, preocupada por cómo llegarles, cómo ayudarles, me hacen enfadar, me hacen reír a carcajadas... un completo vamos. Y en momentos tan difíciles como estos el trabajo es un bálsamo. 

Por lo demás, vamos sobreviviendo, pasando los días. Intentando sacarle una sonrisa a cada situación. Fran y yo seguimos siendo el mismo equipo de enamorados, con una vida diaria más complicada, más estresante, pero seguimos mirándonos a los ojos cuando nos hablamos y buscamos huequitos para escaparnos a coger aire, charlar, reír, soñar... como siempre. Hay cosas que no cambian y eso también ayuda. 

Pues ya está, he roto el muro que había levantado en este mi remanso de paz, espero no tardar mucho en pasarme y compartir. Cada vez que voy terminando de escribir una publicación me doy cuenta lo bien que me hace y que es otra terapia añadida a mi día a día. Esto y tejer, bordar, pasear, leer, cantar, mi Turkana y mi Maconda, una buena serie, una charla entretenida, una velada agradable, y un largo etcétera... ya ves, hago de las cosas bonitas sesiones de terapia que calman el alma. Una vida llena de pequeños detalles. 


He estado corriendo, pero aún no sé por qué... me engaño y sé que no puedo esconderme. 
He estado esperando... pero no sé cuánto tiempo ha pasado. 
Pero voy a casa, me levantaré e iré corriendo a casa. 
The way home...

0 comentarios: