martes, 5 de octubre de 2021

Victober o cómo esperar las ganas de otoño


           Gracias a Ediciones Invisibles hoy me he enterado de que octubre es el mes de la literatura victoriana en las redes. Pues vaya que sí que es un buen mes para dejarnos atrapar por una localización sombría de esos nortes, o esas escenas intimistas de costura y lectura al calor de la chimenea, o estufa en su defecto. 

   

         Los calcetines se quieren encaramar a mis pies y la sábana me sabe a poco. El fresco se está haciendo de rogar pero por las noches sueño con esos días cortos y lluviosos que llegarán. 



             Vivimos atrapados en el deseo de la siguiente estación, allá por abril deseamos que el calor nos inunde, y en agosto ya imaginamos cómo será nuestro otoño. Lo cierto es que esta estación siempre ha sido mi favorita. Como buena profesora, los septiembres son mágicos cuando llegan al buzón y la nostalgia se disfraza de postal. El mes de los buenos propósitos. Los docentes sobrevivimos dos veces al año a ese examen de conciencia, por si nos relajamos, tenemos las doce campanadas de diciembre para recordarnos los objetivos. 


            Septiembre llega apresurado, con muchos proyectos, ideas, propuestas, anhelos, ganas... y se van desinflando porque... a ver... para qué nos vamos a engañar, no podemos vivir así, inflados como pavos siendo super productivos todo el tiempo. Y entonces llega octubre. Y entramos en una crisis existencial, con las promesas incumplidas de cada año de "este curso no voy a vivir para trabajar", y nos vemos amarradas al escritorio preparando material para los chicos, que no llegamos, que no llegamos... y empieza a hacer fresco, y los días duermen más pronto, y nosotras ni nos hemos dado cuenta; apúrate que no llegamos, y necesitamos camisetas de manga larga para este curso y no hemos tenido tiempo ni de ir de compras. Y cómo nos vamos a permitir bajar el ritmo.  


          Y aquí me hallo, intentando hacer un poco de terapia, arramblar con lo más importante y despojarme de lo que me sobra. Ja. Pues a ver cómo superamos ese síndrome de Diógenes emocional que vamos anidando con los años. 


            Venga, va. Metas cortas. Una buena lectura. Aprovechemos este #victober (traducido a nuestra generación: mes de la literatura victoriana). Que aquí me he portado bien y he tenido un año literario muy productivo. Ayuda los meses de baja y la necesidad de huir a otras historias que no fueran la mía. Me faltan tres lecturas para cumplir mi desafío literario de este año. Estoy muy contenta. Ha sido un año de vivencias muy dispares, entre personajes complejos, dramas y comedias, mucho suspense; y la lectura me ha salvado. Tengo Nada de Laforet a medias, tengo que releer La joven de la perla que lo he propuesto para mis alumnos, y me quedaría otro para culminar con el desafío. 

  


              Una novela victoriana sería formidable, muy apropiado para octubre y los deseos de que llegue el otoño a casa. Desde Ediciones Invisibles recomiendan Olalla de Robert Louis Stevenson. La verdad es que tiene muy buena pinta y por suerte no lo he leído. Aunque las ganas de leer a mis queridísimas hermanas Brontë, Austen o Alcott siempre me hacen inclinar la balanza. 



            Por lo pronto voy preparando un taza de té con un trozo de bizcochón de manzana y canela, por qué no; la mantita, unas velitas, agujas y lana entre los dedos, mis chicas Gilmore de fondo, mis lecturas pendientes y en espera a que llegues, otoño. 

¿Y el trabajo? shhhhh..... escucha que ya llega. 



El tiempo se apoderará de las ruedas de los capitanes, un motín que hemos llegado a sentir. 
Cuando el objetivo ha desaparecido de la vista con todo lo que pensamos hacer.
oh, el demonio no me posee, me pregunto quién lo hará. 
Toda nuestra carrera es un gateo y arde por nosotros justo a través del otoño.


1 comentarios:

Unknown dijo...

Qué bonito Betsa!! Eres una inspiración!!! En los dos sentidos.