sábado, 7 de mayo de 2022

El privilegio de tener una amiga


Quería dedicar una publicación a las lecturas que he disfrutado durante abril, pero esta semana ha sido intensa y se merece una charleta de esas que nos gustan, de las que remueven y sanan a la vez.

Allá por 1985, primer domingo de mayo, día de las madres, nace mi amiga Bea. La primera hija de Soli, con boquita de piñón y ojitos negros llenos de vida. 

Nos conocimos en el instituto, y fue amor a primera vista. Imagínate, esas amigas adolescentes que han creído encontrar a su alma gemela en la otra, y que cuando llegas a casa después de estar toda la mañana juntas, te pegas al teléfono (bendita tarifa plana) y pasas horas comentando lo de la mañana, ideando vidas futuras para cuando seamos grandes y nuestros padres nos dejen hacer cosas, y charlar, charlar y charlar. 

Le comentaba a mi amiga Sandra esta semana, que después de que nuestros seres queridos mueren los vamos idealizando hasta que con los años se convierten en seres casi que perfectos. Yo intento recordar lo que no me gustaba de Bea, para mantenerla viva, como era. Era muy competitiva, ya fuera para ver quién hacía la pompa de chicle más grande, o quién decía el trabalenguas más rápido. Le gustaba ganar, pero siempre supo celebrar mis éxitos.

Me acuerdo de llamarnos al fijo para escuchar la canción que habíamos sacado a la guitarra y sentirnos importantes porque la otra todavía no sabía hacerlo. Lo de la guitarra traía miga, pasábamos tardes en Santa Cruz, en un banco cualquiera aprendiendo coritos y cantando, y nos daba igual que la gente se quedara mirando. Nos creíamos especiales. 

Los viernes después de clase nos íbamos al centro de discapacitados Hermano Pedro y hacíamos terapias alternativas en la piscina con los chicos de allí. Lo pasábamos pipa. 

Chateábamos, a todas horas. Buscábamos la manera de saltarnos todas las prohibiciones desde casa para poder estar conectadas. Mi padre puso un teléfono de esos de rueda para ponerle un candado, me las ingenié para seguir llamando. Su madre se llevaba el teclado, pero ella ideó un código secreto para seguir chateando ¿Y de qué íbamos a hablar, si estábamos todo el día juntas? Pues de todo, de música, de chicos, de Dios, de las clases, de la familia, de problemas, de chorradas, de aventuras, de ideas absurdas que se nos ocurrían (lo suyo es que las llevábamos a cabo). 

Bea hacía cosas locas y divertidas. Un año por mi cumple empapeló el instituto con carteles de SE BUSCA, junto con una foto mía de cuando era pequeña. Cuando cambió de instituto me sentí muy sola, y me dejaba notitas en sitios secretos del centro (ya que su madre trabajaba por las tardes allí), incluso, un día escribió bien grande en una pared que me quería y que era su mejor amiga. Estaba loca. 

Siempre me sentí cerca de ella, hasta cuando nos peleábamos, que como buenas adolescentes hormonadas, cuando lo hacíamos era por todo lo alto. Pero al poco se nos quitaba y seguíamos tan amigas. Era mi amiga con mayúsculas. Sólo una vez nuestra relación hizo "crick" y el tiempo pasó, y volvimos a juntarnos, pero nunca hablamos de aquello, y se fue y no pudimos sanarlo. Hoy lo pienso y no fue culpa nuestra, éramos niñas jugando en un mundo de adultos y hay adultos que pueden ser auténticos monstruos. 

Un día antes de irse me dejó un mensaje para felicitarme la Navidad. Aquel mensaje fue muy largo, y dijo muchas cosas sin decirlas. Nadie podía augurar lo que iba a ocurrir, ni ella misma, pero aquel mensaje fue providencial y parte de esa angustia por las cosas no dichas se calmó gracias a aquellas palabras.

Ha pasado mucho tiempo, unos quince años, desde que se fue. La vida ha ido pasando, pero ella se ha quedado con 21 años. Esta semana ha sido dura, siempre me acuerdo de ella, pero ahora me he dado cuenta de una cosa. Cuando se fue, ocupaba casi el 100% de mi vida, con el tiempo ese porcentaje ha ido disminuyendo, una va creciendo, madurando y van pasando muchas cosas, gracias a Dios, la mayoría buenas. Hoy, en mi vida hay un porcentaje muy pequeño de ella, esa presencia se ha ido diluyendo. Terminé la carrera, salí del infierno en el que nos vimos envuelta las dos, conocí a Fran, sané mi corazón, me hice profesora, vivo en otro sitio, tengo cinco animales, queremos ser padres, mi sobrino nació el año que ella se fue, y ya hoy tiene 16 años. Mucha vida para resistir el paso del tiempo. Y eso me duele. 

La otra parte del tiempo la recuerdo con mucha ternura, sonriendo, eternamente joven, con esa mirada penetrante. Tengo una imagen de ella que la soñé poco después de que se marchó. Un día de sol en la casa de Candelaria, yo dentro del agua y ella sentada en el murito de la piscina, y la miro, deslumbrante, con el pelo mojado, preciosa, dándole el sol, y con la energía que la caracteriza y una sonrisa de oreja a oreja  me dice "¡Betsi!".

El tiempo me ha traído una pequeña red de mujeres que me acompañan y hacen más llevadera la ausencia de Bea. El privilegio de tener una amiga. Me siento privilegiada, por la que tuve en mi adolescencia, que aún llevo conmigo, en mi corazón; y por las que caminan hoy conmigo, mujeres valientes y valiosas. Y vamos sobreviviendo, en este mundo raro.

La siguiente canción era la cabecera de nuestra banda sonora. Al tiempo de irse me di cuenta de lo premonitorio de la letra. Después de eso, pocas veces la puedo escuchar. Pero nos encantaba. 

No tengo fe alguna, así es como me siento, estoy fría y apenada.
Tumbada desnuda en el suelo, la ilusión nunca se convirtió en algo real.
Estoy completamente despierta, y puedo ver. 
El cielo perfecto está rasgado, tú vas un poco tarde, 
yo ya estoy desgarrada, desgarrada.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Betsi, gracias por compartir tus sentimientos.... Gracias por mantenerla en un pequeño espacio de tu corazón.... No hay palabras que describan lo que siento... A una parte de mi ser se le paro el tiempo... Unas navidades...
Un abrazo
Soli.